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“We Bring the Kingdom Come”

8th Sunday After Pentecost, July 30, 2017
Matthew 13:31-33, 44-52
Martha Ward, martha.ward@iaumc.net

Traveling on two-lane highways from Denver back to Des Moines last spring (and seeking to avoid the monotony and heavy truck traffic of Interstate 80 on a rainy day), my husband Bob and I stopped for coffee at the McDonald’s in Broken Bow, Nebraska. The employee at the cash register was an elderly woman wearing a neat McDonald’s polo shirt and sporting red rouge dots on her cheeks. I judged her to be in her eighties, perhaps a widow working to supplement her Social Security income.

With great kindness in her eyes, she gently asked me, “May I offer you the senior coffee rate?”  She then inquired where we were traveling and how it was that we found ourselves in her little town. When we asked for our coffee to go, she smiled again and said, “Do travel safely.” That was the extent of our conversation, and yet when we left, I found myself so moved by her kindness that there were tears in my eyes and Bob commented, “I’d like that woman for my Grandma.”

I pondered this brief encounter as we continued down the road, and a line from a Jason Gray praise song came to mind,“With every act of love, we bring the Kingdom come.” In the midst of an ordinary drive on an ordinary day, we glimpsed the Kingdom of Heaven in a brief expression of extravagant hospitality.

Maybe that’s some of what Jesus was telling his disciples in the diverse string of “kingdom of heaven” parables in Matthew 13. He says the kingdom of heaven is like “a mustard seed”, “yeast, which a woman hid in a bushel of flour,” “a treasure that somebody hid in a field,” “a merchant who found one very precious pearl,” “a net thrown into the lake that gathered all kinds of fish.”

Jesus often taught in parables, using ordinary experiences of his time to teach important lessons about God. Today’s parables remind me of a kaleidoscope which changes patterns with each turn, but is always breath-taking in beauty and complexity. Here we find kaleidoscopic glimpses of God’s realm. For example, when Jesus says that the Kingdom of Heaven is like a mustard seed or like yeast in a bushel of flour, that image reminds us that God’s realm starts small, but ends up large. The focus of these parables is growth – explosive growth. When he proclaims the kingdom of heaven is like a buried treasure or a pearl of great price, the emphasis changes to a reminder that God’s realm is so valuable that it’s worth our total commitment. It’s worth all we have and are!  The images vary, but each one gives a glimpse of the kingdom. 

Every day all around the world, in dozens of languages, Christians pray these words, “Thy Kingdom come, Thy will be done…” Too often the phrase “the Kingdom of Heaven” reminds us only of the life to come. But that’s just part of the picture. Jesus teaches his disciples to pray, “Thy kingdom come, Thy will be done on earth as it is in heaven.” The kingdom of heaven is not just a future reality after we die. Jesus wants us to experience the kingdom of heaven on earth. In fact, he wants us to help usher it in.

At the beginning of this year, I adopted the phrase “Thy Kingdom come, Thy will be done,” as my breath prayer, seeking to repeat these words over and over with each breath. The many complex problems of our world, our nation, our church, and our families are beyond my control and can seem overwhelming. But they are not outside of God’s care. And when I act in love in my immediate setting, like the lovely saint in Broken Bow, my small deeds give a kaleidoscopic glimpse of God’s realm. Jason Gray’s song has this refrain:                                                                                                                                                                                                                          

“Jesus help us carry you, alive in us your light shines through.
With every act of love, we bring the kingdom come.”

And in so doing, “heaven touches earth.”  May it be so. 


“Traemos el Reino que viene”

Octavo domingo después de Pentecostés, 30 julio, 2017
Mateo 13:31-33, 44-52
Martha Ward, martha.ward@iaumc.net

Viajando en un camino de dos carriles de Denver a Des Moines la primavera pasada (y tratando de evitar la monotonía y todos los camiones de la 80 en un día lluviosa), my esposo Bob y yo nos paramos para café en el McDonald’s en Broken Bow, Nebraska.  La empleada en la caja era una mujer vieja llevando una camiseta de McDonald’s y también unos puntos de colorete rojo en las mejillas.  Adiviné que tenía unos 80 años o más, quizás una viuda trabajando para suplementar el dinero que recibía de la Seguridad Social.
 
Con gran amabilidad en los ojos, ella me preguntó cuidadosamente, “¿Puedo ofrecerle la tarifa de café para los de la tercera edad?”  Entonces nos preguntó adónde viajábamos y cómo era que nos encontramos en su pueblo pequeño.  Cuando pedimos que el café fuera para llevar, sonrió otra vez y dijo, “Que viajen sin incidentes.”   Y así acabó nuestra conversación, pero cuando salimos, me encontré tan conmovida por su amabilidad que había lágrimas en mis ojos y Bob comentó, “Me gustaría tener esa mujer para mi abuela.”
 
Reflexioné este encuentro breve mientras continuamos en la carretera, y una línea de una canción de alabanza de Jason Gray vino a la mente.  “Con cada acción de amor, traemos el Reino que viene.”  En el medio de un viaje en un día ordinario, entrevimos el Reino del Cielo en una expresión breve de hospitalidad extravagante.
 
Tal vez eso es parate de lo que Jesús les decía a sus discípulos en la serie de parábolas sobre “el reino del cielo” en Mateo 13.  Dice que el reino del cielo es como “un grano de mostaza,” “levadura que tomó una mujer y escondió en tres medidas de harina,” “un tesoro escondido en un campo,” “un comerciante que halló una perla preciosa,” “una red que, echada al mar, recoge toda clase de peces.”
 
Frecuentemente Jesús enseñaba en parábolas, usando experiencias ordinarias de su época para enseñar lecciones importantes acerca de Dios.  Las parábolas de hoy me hacen pensar en un caleidoscopio que cambia adornos con cada giro, pero siempre es impresionante en su hermosura y su complejidad.  Aquí hallamos vistazos caleidoscópicos del reino de Dios.  Por ejemplo, cuando Jesús dice que el Reino del Cielo es como un grano de mostaza o como levadura en tres medidas de harina, esa imagen nos acuerda que el reino de Dios comienza como algo pequeño, termina como algo grande.  El enfoque de estas parábolas es el crecimiento – crecimiento explosivo.  Cuando proclama que el reino del cielo es como un tesoro escondido o una perla de gran precio, el énfasis cambia a un recordatorio que el reino de Dios es tan valioso que vale nuestro compromiso total.  ¡Vale todo lo que tenemos y todo que somos!  Las imágenes cambian, pero cada imagen nos da un vistazo del reino.
 
Todos los días en todas partes del mundo, en docenas de idiomas, cristianos oran estas palabras, “venga tu reino, hágase tu voluntad . . .”  Demasiado frecuentemente “el Reino del Cielo” nos acuerda solamente de la vida que viene.  Pero eso es solamente parte de la idea.  Jesús les enseña a sus discípulos que oren, “venga tu reino, hágase tu voluntad como en el cielo, así también en la tierra.”  El reino del cielo no es solamente una realidad del futuro después de morirnos.  Jesús quiere que experimentemos el reino del cielo en la tierra.  De verdad, quiere que ayudemos a llevarlo a cabo. 
 
Al principio de este año adopté la frase “venga tu reino, hágase tu voluntad”, como mi oración de respiración, tratando de repetir estas palabras con una vez y otra con cada respiración.  Los muchos problemas complejos de nuestro mundo, nuestra nación, nuestra iglesia, y nuestras familias son más allá de mi control y puede parecer abrumadores.  Pero no son más allá del cuidado de Dios.  Y cuando actúo en amor donde me encuentro, como la santa agradable en Broken Bow, mis acciones pequeñas dan un vistazo caleidoscópico del reino de dios.  La canción de Jason Gray tiene este estribillo:

“Jesús, ayúdanos a llevarte, vivo en nosotros tu luz brilla.
Con cada acción de amor, traemos el reino que viene.”

Y en hacer esto, “el cielo toca la tierra.”  Que sea así.