Image

“Why We Need a Savior”

Fifth Sunday After Pentecost, July 9, 2017
Romans 7:15-25a
Martha Ward, martha.ward@iaumc.net

As a sixteen-year-old from a Christian family, I understood right from wrong. So as I departed on a high school trip to Europe and my grandfather handed me $5.00 saying “Do something you’re not supposed to do with this money,” I knew I should have given his money back. But in that era when Europe on $5.00 a Day was a popular travel guide, he’d given me a decent amount of cash which I pocketed with a smile. Without going into detail, let me just say I spent the money as he intended, going against the wishes of my parents and my own better judgement. Why? 

That’s the same question the Apostle Paul raises when he laments, “For I do not do the good I want, but the evil I do not want is what I do. Now if I do what I do not want, it is no longer I that do it, but sin that dwells within me.” (Romans 7:19-20) If you can relate to this dilemma, then you have a personal springboard for inviting your congregation to consider this dark matter called sin.

Over the centuries, sin has been variously defined in our tradition. Rebellion is one way. Sin shows up in our egocentricity—we want things our way, rather than God’s or anybody else’s.    Perhaps you know the children’s poem by Shel Silverstein:

“Now I lay me down to sleep, I pray the Lord my soul to keep.
And if I die before I wake, I pray the Lord my toys to break
So none of the other kids can use ‘em.”
 (Light in the Attic)

Self-centered rebellion—that’s what it is. With the philosopher Immanuel Kant, we must reluctantly agree that there is something in the misfortune of our best friends which does not displease us.

In earliest Hebrew meaning, sin was defined as error or missing the mark. The Hebrew verb for sin, hata, means “to go astray.” Think of the wandering Israelites in the desert turning to idol worship while Moses is away talking to God and you glimpse this understanding of sin. Whatever causes you to forget or miss God’s intentions could be considered sin in this understanding.  

Sin has also been defined as our estrangement, isolation or separation from God. Romans 7 took me back to Paul Tillich’s sermon “You are Accepted.” This great sermon is readily available online—look it up! Writing in the language of the mid-1950’s, Tillich said, “To be in a state of sin is to be in a state of separation. And separation is threefold: there is separation among individual lives, separation of a man from himself, and separation of all men from the Ground of Being.”  (The Shaking of the Foundations) Tillich suggests that it is this sense of separation (especially from self) which Paul is grappling with in Romans 7.      

No matter how you understand sin, the problem for Paul—and for us—is that we can’t fully avoid it on our own. That’s why we need a Savior who loves, forgives and accepts us in spite of our sin.    Paul encountered our Savior on the road to Damascus, and in that experience, he found the grace which transformed his life and laid the foundation for all Christians who followed him. I like what Tillich said about the power of grace: “Grace transforms fate into a meaningful destiny; it changes guilt into confidence and courage. There is something triumphant in the word ‘grace’:  in spite of the abounding of sin, grace abounds much more.” 

The Apostle Paul could speak openly about his inability to overcome sin, because he knew that he was not alone in his war against his lesser self. He had experienced the remedy to sin: "Wretched man that I am!" he writes, "Who will rescue me from this body of death? Thanks be to God through Jesus Christ our Lord." (Romans 7:25) How has Christ empowered you to overcome sin?  May those who hear you preach also experience this great gift, and may they leave worship singing songs of God’s marvelous grace!  


“Por qué necesitamos un Salvador”

Quinto domingo después de Pentecostés, 9 julio, 2017
Romanos 7:15-25a
Martha Ward, martha.ward@iaumc.net

Como una joven de dieciséis años de una familia cristiana, comprendía la diferencia entre el bien y el mal.  Así que cuando salí en un viaje escolar a Europa y mi abuelo me dio $5.00 diciendo “Haz algo no debes hacer con este dinero.”  Sabía que debía haberle devuelto su dinero.  Pero en aquella época cuando Europa en $5.00 por Día era un guía de viaje popular, me había dado una cantidad significante de dinero el cual metí en el bolsillo con una sonrisa.  Sin entrar en demasiados detalles, permítanme decir que gasté el dinero como el sugirió, yendo contra los deseos de mis padres y contra mi buen juicio.  ¿Por qué?
 
Ésa es la misma pregunta que el Apóstol Pablo hace cuando lamenta, “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que está en mí.”  Romanos 7:19-20.  Si Ud. puede comprender este dilema, entonce tiene un trampolín personal para invitar a su congregación que considere esta cosa oscura llamada pecado
 
Tras los siglos, el pecado ha sido definido en varias maneras en nuestra tradición.  La rebelión es una manera.  El pecado aparece en nuestro egocentrismo – queremos que las cosas sean como las queremos, en vez de como Dios o alguien más las quiere.  Quizás Ud. sabe el poema para niños por Shel Silverstein:
 
“Ahora me acuesto para dormir, oro que el Señor guarde mi alma.
Y si muero antes de que me despierte, oro que el Señor rompa todos mis juguetes,
Para que ningunos de los otros niños puedan usarlos.”  (Luz en el Ático)
 
La rebelión ego-céntrica – eso es lo que es.  Con el filósofo Emanuel Kant, tenemos que estar de acuerdo renuentemente que hay algo en mala fortuna de nuestros mejores amigo lo cual no nos desagrada.
 
En el significado más primitivo en hebreo, el pecado fue definido como error o fallando.  El verbo hebreo para pecar, hata significa “ir por mal camino.”  Piensen en los israelitas desambulantes en el desierto recurriendo al culto de ídolos mientras que Moisés estaba hablando con Dios y puede ver este entendimiento de pecado.  Lo que le causa que olvide o que falle en las intenciones de Dios podría ser considerado pecado en este entendimiento.
 
El pecado también ha sido definido como nuestro alejamiento, aislamiento, o separación de Dios.  Romanos 7 me llevó al sermón de Paul Tillich “Eres Aceptado.”  Este gran sermón está disponible fácilmente en línea – ¡búsquelo!  Escribiendo en el lenguaje de los 1950, Tillich dijo, “El estar en un estado de pecado es estar en un estado de separación.  Y la separación es triple: hay separación entre vidas individuales, separación de un hombre de sí mismo, y separación de todos hombre del Motivo de Ser.”  (El Sacudir de las Fundaciones).  Tillich sugiere que es este significado de separación (especialmente de sí mismo) con que Pablo lucha en Romanos 7.
 
No importa cómo Ud. comprende el pecado, el problema para Pablo – y para nosotros – es que no podemos evitarlo completamente solos.  Eso es por qué necesitamos un Salvador quien nos ama, nos perdona, y nos acepta a pesar de nuestro pecado.  Pablo encontró a nuestro Salvador en el camino a Damasco, y en aquella experiencia, halló la gracia que transformó su vida y puso los cimientos para que todos los cristianos lo siguieran.  Me gusta lo que Tillich dijo acerca del poder de la gracia: “La Gracia transforma la suerte en un destino significativo; cambia la culpa en confianza y valor.  Hay algo triunfante en la palabra ‘gracia’: a pesar de que el pecado abunde, la gracia abunda mucho más.”
 
El Apóstol Pablo podía hablar abiertamente acerca de su incapacidad de vencer el pecado, porque sabía que no estaba solo en su guerra contra su ser menor.  Había experimentado el remedio al pecado: “¡Miserable de mí!” escribe, “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?  ¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro!”  (Romanos 7:25).  ¿Cómo le ha fortalecido a vencer el pecado?  ¡Que los que oyen su prédica también experimentan este gran don, y que salgan del culto cantando canciones de la gracia maravillosa de Dios!